MÚSICOS COSTUMBREROS
COSTUMBREROS SON
Félix Rodríguez León, Etnomusicólogo. Director, creador del concepto Costumbreros y encargado de composición, trompeta maya, teclados, y electrónica.
Daniel Espinosa, multipercusionista y saxofonista. Percusiones indígenas, saxofón y trompeta maya.
Iván Gumeta, pitero tradicional chiapacorceño y flautista. Alientos indígenas y flauta transversa.
Nicandro Hernández, músico tradicional zoque. Alientos indígenas y canto en lengua. Sanador.
Guillermo Méndez, baterista y multipercusionista. Percusiones tradicionales y baterías.
VISITA TAMBIÉN
www.costumbreros.wix.com/etnofusion
Félix Rodríguez León, Etnomusicólogo. Director, creador del concepto Costumbreros y encargado de composición, trompeta maya, teclados, y electrónica.
Daniel Espinosa, multipercusionista y saxofonista. Percusiones indígenas, saxofón y trompeta maya.
Iván Gumeta, pitero tradicional chiapacorceño y flautista. Alientos indígenas y flauta transversa.
Nicandro Hernández, músico tradicional zoque. Alientos indígenas y canto en lengua. Sanador.
Guillermo Méndez, baterista y multipercusionista. Percusiones tradicionales y baterías.
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lunes, 15 de marzo de 2010
Sobre el Costumbre Zoque
Esta página nos introduce a la cultura zoque y a la participación de los Costumbreros en sus tradiciones.
Acerca de la música prehispánica
Para el territorio del actual México, la época prehispánica culmina con la llegada de los españoles al territorio que los arqueólogos han llamado Mesoamérica. Las fechas pueden variar: el naufragio de 1511 en la península de Yucatán, las expediciones de 1517 y 1518 a la misma región, la llegada de las tropas de Cortés a Veracruz en 1519, o la caída de Tenochtitlan el 8 de agosto de 1521. Para nuestros fines, estas “sutilezas” históricas no son significativas. El hecho es simple y contundente: la música prehispánica, por definición, deja de existir como tal con la fusión de las culturas musicales indígenas con los nuevos cánones impuestos por los europeos. No fue algo que ocurriera en poco tiempo, ni un éxito rotundo por parte de los colonizadores. Los indígenas continuaron recordando sus ritmos, melodías y gustos musicales, incorporándolos a los lenguajes importados de España, y cuando les fue posible, los preservaron en ritos y ceremonias. En la mayoría de los casos, la fusión fue el camino, el llamado mestizaje.
Han pasado cerca de cinco siglos desde aquellos primeros encuentros. En ese tiempo las tradiciones de los pueblos originarios han preservado en su memoria sonora muchos ecos de aquellas épocas. Las tradiciones han permitido conservar los lenguajes de una música propia, indígena en su totalidad, pero que no podemos definir como prehispánica con contundencia. Los rasgos de influencia europea aparecen continuamente, más allá del uso de cordófonos, familia prácticamente desconocida por los pueblos mesoamericanos. Instrumentos musicales, escalas, melodías, el sistema armónico, junto con la incorporación a las nuevas ocasiones religiosas y civiles, recibieron la nueva influencia. Tampoco debemos desdeñar la importante herencia musical que los esclavos traídos de áfrica, y sus descendientes, tuvieron sobre las estéticas indígenas. No obstante, aún cuando podamos identificar un rasgo musical como europeo, no dejarán de quedar dudas respecto a la posibilidad de que algunos de ellos pudieran haber sido utilizados también por los pueblos indígenas. Con esto, estamos sobre la consideración de que filtrando los rasgos importados de España o África de las músicas indígenas podríamos tener, entonces, aquellos propiamente indígenas. Sin embargo, aún quedaría por considerar los siglos que han transcurrido y en los cuales dichos elementos han podido transformarse siguiendo la dinámica natural de las tradiciones.
Las noticias de los cronistas europeos, y algunos indígenas del siglo XVI, que escucharon y conocieron aquellas músicas, igualmente nos describen acontecimientos musicales, siempre matizado por la perspectiva europea, conquistadora militar y espiritualmente, atiborradas de juicios de valor que no dejarían muy bien parada a la estética musical indígena si los siguiéramos al pie de la letra. Desgraciadamente, ninguno de ellos dejó alguna melodía escrita que nos aporte un testimonio exacto del sistema musical utilizado por aquellos pueblos.
La arqueología nos trae igualmente escenas que narran en esculturas y pictografías técnicas para ejecutar los instrumentos, agrupaciones musicales y ocasiones en que la música se hacía escuchar. Nada de ritmos o melodías, sólo contextos y pocas noticias sobre lo específicamente musical. Por su parte, los instrumentos musicales arqueológicos nos aportan valiosos datos, entre ellos un elemento que salta a la vista como característicamente cuidado por los pueblos mesoamericanos: el timbre, ese amplio catálogo sonoro altamente apreciado, como da fe el extensísimo arsenal encontrado. También los aerófonos pueden aportar posibilidades escalísticas, ninguna contundente, ya que nunca podremos conocer cuáles de esos posibles sonidos que emite un instrumento, eran utilizados, ni de qué manera los combinaban.
Por último, en cuanto al concepto mismo de música prehispánica, así, en singular, deja de lado que estamos hablando de un extensísimo territorio ocupado durante siglos por una gran multiplicidad de pueblos. No es “la” música prehispánica, sino un universo de músicas tan diverso como podemos apreciar en aquellos vestigios materiales que tenemos. Junto con rasgos culturalmente compartidos, las particularidades de cada pueblo, de cada región, de cada cultura, y de cada época nos aseguran una riqueza musical impensable para la imaginación actual.
En resumen: no tenemos una música propiamente prehispánica en la actualidad, y si acaso existe, es sumamente difícil determinarlo. Las armas, la religión, la cultura y el tiempo han hecho su trabajo.
¿Qué nos queda, entonces? Nos queda la posibilidad de evocar aquellos sonidos, de retomar los instrumentos, de plasmar con una música actual el recuerdo de esos pueblos ancestrales. Igualmente nos queda la obligación de respetar a las culturas vivas, a aquellas que continúan el legado mesoamericano en un nuevo mundo cada vez más cambiante y voraz.
Han pasado cerca de cinco siglos desde aquellos primeros encuentros. En ese tiempo las tradiciones de los pueblos originarios han preservado en su memoria sonora muchos ecos de aquellas épocas. Las tradiciones han permitido conservar los lenguajes de una música propia, indígena en su totalidad, pero que no podemos definir como prehispánica con contundencia. Los rasgos de influencia europea aparecen continuamente, más allá del uso de cordófonos, familia prácticamente desconocida por los pueblos mesoamericanos. Instrumentos musicales, escalas, melodías, el sistema armónico, junto con la incorporación a las nuevas ocasiones religiosas y civiles, recibieron la nueva influencia. Tampoco debemos desdeñar la importante herencia musical que los esclavos traídos de áfrica, y sus descendientes, tuvieron sobre las estéticas indígenas. No obstante, aún cuando podamos identificar un rasgo musical como europeo, no dejarán de quedar dudas respecto a la posibilidad de que algunos de ellos pudieran haber sido utilizados también por los pueblos indígenas. Con esto, estamos sobre la consideración de que filtrando los rasgos importados de España o África de las músicas indígenas podríamos tener, entonces, aquellos propiamente indígenas. Sin embargo, aún quedaría por considerar los siglos que han transcurrido y en los cuales dichos elementos han podido transformarse siguiendo la dinámica natural de las tradiciones.
Las noticias de los cronistas europeos, y algunos indígenas del siglo XVI, que escucharon y conocieron aquellas músicas, igualmente nos describen acontecimientos musicales, siempre matizado por la perspectiva europea, conquistadora militar y espiritualmente, atiborradas de juicios de valor que no dejarían muy bien parada a la estética musical indígena si los siguiéramos al pie de la letra. Desgraciadamente, ninguno de ellos dejó alguna melodía escrita que nos aporte un testimonio exacto del sistema musical utilizado por aquellos pueblos.
La arqueología nos trae igualmente escenas que narran en esculturas y pictografías técnicas para ejecutar los instrumentos, agrupaciones musicales y ocasiones en que la música se hacía escuchar. Nada de ritmos o melodías, sólo contextos y pocas noticias sobre lo específicamente musical. Por su parte, los instrumentos musicales arqueológicos nos aportan valiosos datos, entre ellos un elemento que salta a la vista como característicamente cuidado por los pueblos mesoamericanos: el timbre, ese amplio catálogo sonoro altamente apreciado, como da fe el extensísimo arsenal encontrado. También los aerófonos pueden aportar posibilidades escalísticas, ninguna contundente, ya que nunca podremos conocer cuáles de esos posibles sonidos que emite un instrumento, eran utilizados, ni de qué manera los combinaban.
Por último, en cuanto al concepto mismo de música prehispánica, así, en singular, deja de lado que estamos hablando de un extensísimo territorio ocupado durante siglos por una gran multiplicidad de pueblos. No es “la” música prehispánica, sino un universo de músicas tan diverso como podemos apreciar en aquellos vestigios materiales que tenemos. Junto con rasgos culturalmente compartidos, las particularidades de cada pueblo, de cada región, de cada cultura, y de cada época nos aseguran una riqueza musical impensable para la imaginación actual.
En resumen: no tenemos una música propiamente prehispánica en la actualidad, y si acaso existe, es sumamente difícil determinarlo. Las armas, la religión, la cultura y el tiempo han hecho su trabajo.
¿Qué nos queda, entonces? Nos queda la posibilidad de evocar aquellos sonidos, de retomar los instrumentos, de plasmar con una música actual el recuerdo de esos pueblos ancestrales. Igualmente nos queda la obligación de respetar a las culturas vivas, a aquellas que continúan el legado mesoamericano en un nuevo mundo cada vez más cambiante y voraz.
FRL*
sábado, 13 de marzo de 2010
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